Hace cuatro días estábamos celebrando la Castañada y de repente las calles se engalanan con luces de colores, llegan las cenas de empresa y, seguido, la Navidad… Cómo pasa el tiempo…  En estos días de comidas familiares, de recogimiento hogareño, de espíritu navideño lleno de amor, generosidad y reencuentros, ocurre algo que se aproxima a una conexión con nuestro yo más auténtico… Entre Navidad y Fin de Año, mientras el cuerpo descansa y se “depura” de tanto exceso, tengo siempre la impresión que también son días de “depuración espiritual” (desde el más absoluto ateísmo) … Para mí son días de balance, de revisión del año que dejamos atrás… Y en función de lo que nos haya ocurrido o no, así proyectaremos nuestros propósitos, pocas veces realistas (disculpa la franqueza) … Y así cada final de año… Como si de hoy para mañana fuéramos capaces de hacer un “reset” en nuestro cerebro, nuestro corazón y nuestras circunstancias, y de repente todo pudiera mejorar, así, cambiando de año, sin pestañear …

Ojalá fuera tan fácil… Estos días me hacen pensar en que hubo una vez que de verdad creí que así sería… No era fin de año, fue durante los tratamientos contra el cáncer. La etapa más dura de mi vida, hasta hoy. Circunstancias que me enfrentaron cara a cara con la posibilidad de morir. Aquí sí que haces una revisión profunda de la vida que has llevado hasta el momento… “Si me muero hoy, ¿he vivido la vida que quería vivir? ¿La mejor vida posible?” Y la respuesta, en mi caso, fue que no.  Inesperadamente, un mes de Julio, en plenas vacaciones, me encontré conmigo misma y con mis circunstancias. Pude darme cuenta que todo aquello que había estado aplazando porque siempre había algo más urgente, prioritario, o porque hacer ciertos cambios da miedo, si detrás tienes tres personitas que dependen de ti… Me encontré secuestrada por el arrepentimiento de no haber hecho tal o cual cosa, tal o cual cambio en mi vida…

Entonces, cuando vivir se convierte en lo único prioritario, focalizas la poca fuerza que tienes en superar el cáncer para poder, esta vez sí, empezar a vivir de verdad… En mi caso el pronóstico fue favorable; me propuse, como si de Año Nuevo se tratase, que cuando acabase los tratamientos iba a hacer todo aquello que me llevase a vivir la vida que quería para mí. Mi nueva vida. Mi mejor versión…

Pero igual que pasa cada uno de enero, no es tarea fácil ni inmediata. Por más que te propones, por más que quieres correr (el cáncer te trae prisa por vivir intensamente…), las cosas llevan su ritmo. Puedes hacer cambios drásticos, sí, pero también debes aprender a tener paciencia porque hay cosas que no dependen sólo de ti… Gran aprendizaje este…

Ahora que hace cinco años de aquél nuevo arrancar de la vida lleno de propósitos, siento que sí, que he cambiado muchas cosas en mi vida, pero progresivamente, sin correr a pesar de la prisa por VIVIR (sí, ¡en mayúsculas!). Así que, a pesar de seguir teniendo algo pendiente (como todos), si hago balance puedo decir que ya estoy mucho más cerca de aquella vida que quería vivir cuando sentí que moría. No me ha hecho falta cambiar de año para cambiar de vida, sólo darme cuenta que la vida no es eterna y que postergar aquello que te llena es vivir un poco a medias…

Feliz año nuevo. Feliz vida plena.

Elisenda Escriche

∼ más cerca de mi mejor versión ∼