Suerte tengo de los calendarios, agendas, post-its, libretas y móvil. Sobre todo, el móvil. Si lo perdiera, perdería con él una parte importante de mí, de mi cerebro, concretamente… Con la memoria y la velocidad mental que yo tenía antes del cáncer… Ahora me cuesta reconocerme, con falta de ciertas capacidades que me hacían la vida más fácil y que, como todo, no sabía que era tan privilegiada por tenerlas hasta que las perdí.

 

El cáncer y sus tratamientos traen consigo un desajuste enorme a nivel físico y emocional, lo que no te esperas que es que también altere tus capacidades cognitivas. La memoria, la atención, la concentración, incluso ¡la comprensión! De repente te vas dando cuenta que se te olvidan cosas cotidianas, que te cuesta atender a una conversación larga o a una clase, que no retienes lo que lees, que te has vuelto incapaz de memorizar nada más allá de tres líneas y, entre otras cosas, que las palabras se te acumulan en la punta de la lengua, en cada conversación… De repente parece que en tu cerebro haya un agujero negro…

 

Las mujeres que conozco aseguran que ser madre y trabajar a jornada completa fuera de casa afecta a la memoria de cualquiera. Imposible recordarlo todo. Estoy de acuerdo. Pero en mi caso hay que añadirle el impacto de un diagnóstico de cáncer, unas sesiones de quimioterapia y una medicación que bloquea receptores de estrógenos. Hablo de mí, pero podría hablar de la mayoría de mujeres (no sé si hombres también) que pasan por esta enfermedad, que no siendo lo suficientemente dura por sí misma, tiene unas secuelas cognitivas desconcertantes.

 

Estas secuelas tienen una repercusión enorme en la vida cotidiana, pero también laboral. Quizá más incluso en lo laboral. Porque hacer la lista de la compra en un papel, anotar las actividades de los niños, cumpleaños de familia y amigos, compromisos varios de cada miembro de la familia, pagos diversos y visitas médicas en el calendario de la cocina puede ser algo muy habitual en una familia con niños donde ambos padres trabajan fuera de casa. Pero cuando esto lo trasladas al contexto laboral te encuentras con una realidad aún más dura. Debes enfrentarte a tus nuevas limitaciones, que no llevan pañuelo, ni vendas, ni cicatrices visibles, por tanto, los demás no las ven. Sólo tú sabes que las tienes. Esto agrava exponencialmente el problema, tu nuevo problema. Además de ir enfrentándote a las limitaciones cognitivas que ya sabes que tienes pero que en el trabajo se evidencian más, debes ir lidiando con la imagen que los demás tenían de ti en cuanto a eficiencia y eficacia, justificando tus despistes y el enlentecimiento de tu rendimiento, y explicando a todos qué es lo que te pasa. Un enorme desgaste de energía que pone más piedras en tu mochila.

 

Con suerte, en poco tiempo, después de un más o menos largo periplo de explicaciones, justificaciones y argumentos, ya tus compañeros habituales saben qué te pasa, que no pueden asaltarte en el pasillo con un tema si no tienes tu libreta, que mejor te envíen mails o te dejen post-its en la mesa, que las cosas importantes te las apuntas pero las que no, se te van a olvidar en cuanto cambies de asunto después de la reunión, que tu atención no aguanta más de una hora, que tienes que esforzarte mucho para comprender ciertas cuestiones y que esto agota mentalmente. Y otra cosa, se darán cuenta de por qué, tras tu vuelta, se han disparado los pedidos de post-its, libretas y bolis en la empresa. El hecho que ellos lo sepan aligera un poco el peso de la mochila, siempre y cuando sientas que lo comprenden y lo tienen presente. Si no es así, puede llegar a ser insoportable emocionalmente.  

 

El tiempo de convivencia con estas limitaciones, a mí me ha hecho normalizarlas bastante en el entorno más cercano y habitual. Debe ser que ya llevo casi siete años con ellas. Lo cual no quiere decir que a veces no me moleste o que no me enfade conmigo o con el tratamiento por la poca claridad mental que tengo algunos días. Esos días espesos que quienes habéis pasado por esto comprenderéis bien, en los que te encerrarías en casa y no saldrías porque tu nuevo yo parece que no seas tu.

 


El cáncer y sus tratamientos te cambian físicamente, te perturban emocionalmente y te secuestran intelectualmente. Considerable peaje el que hay que pagar para seguir aquí. Pero aún así, ¡Sigamos!

 


 

 

Elisenda Escriche

 

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